¿Qué te sucede, amor, que pareces ausente.? ¿Qué pena te muda el semblante, y turba tu bello rostro.? Háblame de ello, soy tu esposa, en la que puedes apoyar todas tus pesares.
Amada, ya que me lo demandas, te lo contaré, comento el esposo, pero no creas al escucharme, que te habla la locura, no, te habla el corazón, que es donde escondo la pena. Esto que ahora te contaré es lo que me apena, y espero que no afecte al amor que nos profesamos.
Gustavo -ese era su nombre- comenzó el relato a su joven esposa, Elena, con estas palabras:
“Estaba paseando una tarde por el bosque que hay en la cuesta de las Rosas, y me adentré por la senda que va a dar a la Fuensanta. Sé, y lo tuve presente, que la fuente, según cuentan las leyendas del lugar, después de la puesta de Sol, ese lugar es poco recomendable para pasear, ya que a ella se acercan toda clase de duendes, gnomos y demás seres de lo profundo del bosque, para beber, pués el agua es para ellos, como el nectar para las abejas. Pero cual no fue la sorpresa, que al llegar a la fuente, me encontré en alegre chachara a dos pequeños seres, -supuse por el aspecto, que eran Duendes, según me contaba la abuela Mercedes, al calor del brasero, con aquel saber de cuenta cuentos que dan los años. Me acerque a aquellos pequeños seres, amparandome en las sombras y la calma del crepúsculo, solo turbada por el canto de los pájaros, muy lentamente hasta que solo me separaba de ellos un pequeño seto de boj. Y entonces fue cuando pasó lo que aún hoy me turba. Uno de aquellos seres notó que era observado y con presteza se acercó hasta donde yo estaba.
¿Porqué perturbas nuestro descanso.? me susurró con la voz mas dulce que soñar se pueda:
¿Cómo te atreves, humano, a molestar la paz del bosque.? Has de saber que como pago a tu pecado, vendrás todas las noches de Luna llena, hasta que la fuente deje de manar.
Todas la noches de Luna llena, he vuelto a la fuente. Nunca más los encontré, hasta que, hace un año, justamente cuando nuestro amor brotó, la fuente dejó de manar. Desde entonces tengo el corazón lleno, con la pena de no volver a escuchar tan dulce voz.”
Acabado el relato, ella con llanto en sus ojos, le besó y después de besarlo, le susurró con la voz más dulce que soñar se pueda:
¡ Amor, yo soy el duende.!
NOTA:
aún puedes encontrar algún Duende, si te paseas por los bosques del Moncayo.
Los Duendes reciben distintos nombres según el lugar: Leprechauns, Gremlins, Hobglobins, Lutins, Kobolde, etc.
En España se les llaman, en general, Trasgos, pero hay regiones en los que son conocidos por otros nombres:
Trasnos en Galicia, Follets en Cataluña y Trasgus en Galicia.