El fulgor que tú emanas
embriaga mi corazón
y mi sentir
es como en dulces mañanas
beber de la vida, a sazón
que hay en ti.
Verte a ti en sueños, es
como ver de la primavera
el nacer
y despertarse después
siendo tú la luz primera
del amanecer.
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NOTA: este poema es de los primeros que escribí (al igual que el editado en el Blog, el día 2 de Mayo, titulado "Tu llegada"). Al releerlos, veo las diferencia que existe entre aquellos primeros poemas (yo les llamaba versos), con respecto a los actuales.
Los primeros versos que conseguí "componer", me hacían muy feliz o así me pareció en aquellos momentos. Incluso en algún que otro guateque los había enseñado. Lástima que las chicas románticas no iban a guateques, más bien iban las desinhibidas. En los guateques, había una niña, con la que solía tratar a menudo. Era la "hermana pequeña" de la "guapa", que además era en su casa donde discurría la fiesta y por lo cual, era habitual que la "hermana pequeña" de la anfitriona, asistiese como "invitada especial". Existían dos formas de atenderla con corrección. Eran las siguientes:
- Se admitía que bailase con los que quedasen libres, por falta de pareja. Siendo ella la que elegía con quién bailar, cada una de las canciones.
- Ella, la "hermana pequeña" elegía -después de unos bailes de "conocimiento"- a uno de los asistentes al guateque como partenaire fijo, que era con el que bailaba todas las canciones que la "hermana pequeña", deseara bailar.
Iban implícitas, unas reglas de comportamiento, en el trato que le dispensáramos a la "hermana pequeña" que consistían en que el "elegido", no se extralimitara y la obsequiara con un comportamiento adecuado y sin el menor exceso. Yo, nunca tuve ningún comportamiento fuera de tono, y prefería a la "hermana pequeña" ya que, además de poco decidido, cabía la posibilidad de que, además de pequeña, fuese guapa. Así sucedía por lo común, sobresaliendo una entre todas, una a la que hoy, aún recuerdo. Aquel domingo, yo fui el "afortunado" que hizo los honores a "la hermana pequeña". No recuerdo su nombre, pero si recuerdo la tarde de domingo primaveral en la que tuve la mayor recompensa a mis tibios y azucarados versos. "Ella" y Engelbert Humperdink se unieron para crear un ambiente de ensueño para mis diecisiete años. Cualquiera pensará que hubo besos robados o achuchones locos según lo pinto, pero no, no hubo tal. Pero sí hubo el roce suave de una niña en mi cuerpo, que ya en la primera canción ("lenta" claro, que en aquellas fiestas pocas "rápidas" se ponían) dejó en mi ánimo las mayores alas que hasta entonces había soñado tener, haciendo que cada canción, fuera la última de lo intensamente que las compartíamos. Notar su cintura bajo mis manos, su cara apoyada en mi pecho, los suyos rozando mi camisa (que en aquellos momentos hubiera deseado que fuera aún más fina), su cuello grácil y largo como el de un cisne cercano a mis ojos y el movimiento sensual de su juvenil cuerpo, todo ello sumaban más de cien motivos por los cuales aquella tarde de un domingo de primavera, fuera la mejor tarde de un domingo de primavera que puedo recordar. Ella tenía trece años. Era el año 1968, en el Paseo de Fabra y Puig de Barcelona. Aún la recuerdo, aunque olvidé su nombre.
Saludos,
Emilio