Era una mañana calurosa, como
corresponde a la zona por donde navegábamos
y la época del año en que nos encontrábamos. El crucero zarpo del puerto
de Atenas el 25 sobre las 9 a.m. y efectuaba escala en los más bellos parajes
de las Cyclades , en el mar Egeo Pelagos: Kea, Andros; Delos, Paros, etc. El
pasaje del crucero estaba formado, mayormente, por personas de avanzada edad,
aunque no faltaban los jóvenes, ellos tan apuestos, ellas tan bellas, con sus
cuerpos, absolutamente bronceados, tan agradables a los ojos, que era un placer
observar sus paseos, sobre todo y ante todo, para un carcamal como yo, absorto
al contemplar andares tan sensuales, que emanaban espontáneamente de tan bellos
cuerpos. Al atardecer, paseando por babor, observé a una pareja cuya belleza me
enamoró. Sentados en unas hamacas, charlaban en voz baja, el uno muy cerca del
otro, con las manos enlazadas y los
ojos ocultos detrás de unas gafas oscuras. Cuando regresaba, al pasar ante
ellos, me paré y acercándome, les pregunté la hora. Fue la pregunta con la que
comenzó una charla, que se prolongó toda la tarde. Hablamos sobre muchas
cosas. Llevaban una semana casados y se regalaban tanto amor el uno al otro,
que noté nuevamente la juventud, correr por las venas. Quedamos en vernos en el
comedor, para conversar y cenar juntos. Fue una velada exultante en la que me
dejé llevar por sus jóvenes voces, que me llevaron a un estado tan placentero
como nunca antes alcancé, conversando con jóvenes. Una de aquellas tardes, surcando
un bello paraje, de playas blancas y verde mar, recordé una novela devorada en
la juventud, y basada en el amor profesado entre dos jóvenes de aquellos
lugares, tan hermosos como ellos, y que me dejó una profunda huella. Ellos, con
sus entregas de amor, me la trajeron a la mente:
“La novela narraba, como un apuesto y bello joven, que se
alojaba en una cabaña cercana al mar y solo con el afán de desterrar de su
corazón, un amor no deseado, se enamoró locamente de una salvaje y hermosa
joven, sostén de su padre y hermanos, desde que, al nacer ella, a su madre se
la llevó el Ángel de la muerte. El sustento de todos, estaba en lo que la joven
pescaba en aquella mar donde su madre la alumbró y en la que, cuando estaba a
solas, se transformaba en un bello cetáceo
La joven de vez en cuando se adentraba en sus aguas y
pasaba largas jornadas antes de volver a la playa, tanto con bonanza como con
tormenta, pues para la joven la mar era como el útero de su madre. Aquellas
escapadas provocaban los más tormentosos celos en el joven, que oteaba las
lejanas olas, creyendo ver en cada una de ellas, a la joven, qué, desnuda,
nadaba junto a un enorme cetáceo. Después de una de aquellas largas escapadas,
la joven no torno de la mar, lo que provocó en el joven una profunda pena.
El padre comento al joven, que no se preocupara por ella,
que era joven y fuerte, más fuerte que aquella mar que era su verdadera madre,
donde fue alumbrada y ofrendada por su madre terrenal. Y a ella, la madre mar,
ha vuelto para no retornar jamás. No has de padecer por ella, pues es más
fuerte que todas las olas. Y que cuando oyera el murmullo de una caracola, era
que ella le hablaba desde lo más profundo de su nueva morada. El joven no pudo
superar la falta de la salvaje joven y regresó a su pasado, donde recompuso su
roto y cansado corazón. Logró recuperar el deseo de amar, aunque nunca pudo
dejar de pensar en ella.”
La noche antes de nuestro regreso a Atenas, observamos desde babor, un
cetáceo de color negro, que nadaba velozmente, en paralelo al crucero, como en
ellos es común. Nos acompañó hasta que
entramos en alta mar. Se paró, observó como nos alejábamos y regresó. Yo pensé,
que el verdadero amor perdurará en el mar eternamente, con el cuerpo de “Una muchacha
desnuda”.
Nota: éste relato tiene dos detalles que quizás desconozca alguno de los lectores que amablemente lo lean.
Uno: es un homenaje que me he permitido efectuar, al escritor Nikos Athanassiadis, autor del libro titulado "Una muchacha desnuda". Si podéis, leedlo. Es un bello libro.
Dos: en el relato, no he utilizado una de la cinco vocales del idioma Castellano. Es un ejercicio que me refirió el Señor Arcadio Tarrída. Lo practicaba su padre, que era profesor de escuela, al igual que lo es él.
Espero que os guste el relato y aprovecho para agradeceros que leáis el Blog.